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Veo la lluvia caer... el viento soplar... El sol entra por mi ventana y las nubes pasan... Todo pasa... Y vendrán nuevos y buenos tiempos...

¡Bienvenidos...!

(Alma Inquieta)

8 de dezembro de 2010



El cuarto Rey Mago


Este post es más largo que lo habitual..., pero les pido paciencia y que lo lean, porque vale la pena. Es una leyenda preciosa que hace parte del libro “Entre el brocal y la fragua”, escrito por Mamerto Menapace, Monje benedictino y sacerdote. Este libro lo conocí por Sergio. Fue un regalo suyo. 
Gracias M.A.A....

Este post é mais longo que o habitual..., mas peço-lhes paciência e que o leiam, porque vale a pena. É uma lenda preciosa que faz parte do livro “Entre el brocal y la fragua”, escrito por Mamerto Menapace, Monge beneditino e sacerdote. Conheci este livro através do Sergio que mo ofereceu. 
Obrigada M.A.A....

A.C.
08.12.2010




Cuenta una leyenda rusa que fueron cuatro los Reyes Magos. Luego de haber visto la estrella en el Oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de oro, incienso y mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad, cargado todo en los lomos de sus burritos.

Luego de varios días de camino se internaron en el desierto. Una noche los agarró una tormenta. Todos se bajaron de sus cabalgaduras y, tapándose con sus grandes mantos de colores, trataron de soportar el temporal refugiados detrás de los camellos arrodillados sobre la arena. El cuarto Rey, que no tenía camellos, sino sólo burros, buscó amparo junto a la choza de un pastor, metiendo sus animalitos en el corral de pirca. Por la mañana aclaró el tiempo y todos se prepararon para reanudar la marcha. Pero la tormenta había desparramado todas las ovejitas del pobre pastor, junto a cuya choza se había refugiado el cuarto Rey. Y se trataba de un pobre pastor que no tenía ni cabalgadura, ni fuerzas para reunir su majada dispersa.

Nuestro cuarto Rey se encontró frente a un dilema. Si ayudaba al buen hombre a recoger sus ovejas, se retrasaría de la caravana y no podría ya seguir con sus camaradas. Él no conocía el camino, y la estrella no daba tiempo que perder. Pero, por otro lado, su buen corazón le decía que no podía dejar así a aquel anciano pastor. ¿Con qué cara se presentaría ante el Rey Mesías si no ayudaba a uno de sus hermanos?

Finalmente se decidió por quedarse y gastó casi una semana en volver a reunir todo el rebaño disperso. Cuando finalmente lo logró se dio cuenta de que sus compañeros ya estaban lejos, y que además había tenido que consumir parte de su aceite y de su vino compartiéndolo con el viejo. Pero no se puso triste. Se despidió y poniéndose nuevamente en camino aceleró el tranco de sus burritos para acortar la distancia. Luego de mucho vagar sin rumbo, llegó finalmente a un lugar donde vivía una madre con muchos chicos pequeños y que tenía a su esposo muy enfermo. Era el tiempo de la cosecha. Había que levantar la cebada lo antes posible, porque de lo contrario los pájaros o el viento terminarían por llevarse todos los granos ya bien maduros.

Otra vez se encontró frente a una decisión. Si se quedaba a ayudar a aquellos pobres campesinos, sería tanto el tiempo perdido que ya tenía que hacerse a la idea de no encontrarse más con su caravana. Pero tampoco podía dejar en esa situación a aquella pobre madre con tantos chicos que necesitaba de aquella cosecha para tener pan el resto del año. No tenía corazón para presentarse ante el Rey Mesías si no hacía lo posible por ayudar a sus hermanos. De esta manera se le fueron varias semanas hasta que logró poner todo el grano a salvo. Y otra vez tuvo que abrir sus alforjas para compartir su vino y su aceite. 

Mientras tanto la estrella ya se le había perdido. Le quedaba sólo el recuerdo de la dirección, y las huellas medio borrosas de sus compañeros. Siguiéndolas rehízo la marcha, y tuvo que detenerse muchas otras veces para auxiliar a nuevos hermanos necesitados. Así se le fueron casi dos años hasta que finalmente llegó a Belén. Pero el recibimiento que encontró fue muy diferente del que esperaba. Un enorme llanto se elevaba del pueblito. Las madres salían a la calle llorando, con sus pequeños entre los brazos. Acababan de ser asesinados por orden de otro rey. El pobre hombre no entendía nada. Cuando preguntaba por el Rey Mesías, todos lo miraban con angustia y le pedían que se callara. Finalmente, alguien le dijo que aquella misma noche lo habían visto huir hacia Egipto.

Quiso emprender inmediatamente su seguimiento, pero no pudo. Aquel pueblito de Belén era una desolación. Había que consolar a todas aquellas madres. Había que enterrar a sus pequeños, curar a sus heridos, vestir a los desnudos. Y se detuvo allí por mucho tiempo gastando su aceite y su vino. Hasta tuvo que regalar alguno de sus burritos, porque la carga ya era mucho menor, y porque aquellas pobres gentes los necesitaban más que él. Cuando finalmente se puso en camino hacia Egipto, había pasado mucho tiempo y había gastado mucho de su tesoro. Pero se dijo que seguramente el Rey Mesías sería comprensivo con él, porque lo había hecho por sus hermanos.

En el camino hacia el país de las pirámides tuvo que detener muchas otras veces su marcha. Siempre se encontraba con un necesitado de su tiempo, de su vino o de su aceite. Había que dar una mano, o socorrer una necesidad. Aunque tenía temor de volver a llegar tarde, no podía con su buen corazón. Se consolaba diciéndose que con seguridad el Rey Mesías sería comprensivo con él, ya que su demora se debía al haberse detenido para auxiliar a sus hermanos.

Cuando llegó a Egipto se encontró nuevamente con que Jesús ya no estaba allí. Había regresado a Nazaret, porque en sueños José había recibido la noticia de que estaba muerto quien buscaba matarlo al Niño. Este nuevo desencuentro le causó mucha pena a nuestro Rey Mago, pero no lo desanimó. Se había puesto en camino para encontrarse con el Mesías, y estaba dispuesto a continuar con su búsqueda a pesar de sus fracasos. Ya le quedaban menos burros y menos tesoros. Y éstos los fue gastando en el largo camino que tuvo que recorrer, porque siempre las necesidades de los demás lo retenían por largo tiempo en su marcha. Así pasaron otros treinta años, siguiendo siempre las huellas del que nunca había visto pero que le había hecho gastar su vida en buscarlo.

Finalmente se enteró de que había subido a Jerusalén y que allí tendría que morir. Esta vez estaba decidido a encontrarlo fuera como fuese. Por eso, ensilló el último burro que le quedaba, llevándose la última carguita de vino y aceite, con las dos monedas de plata que era cuanto aún tenía de todos sus tesoros iníciales. Partió de Jericó subiendo también él hacia Jerusalén. Para estar seguro del camino, se lo había preguntado a un sacerdote y a un levita que, más rápidos que él, se le adelantaron en su viaje. Se le hizo de noche. Y en medio de la noche, sintió unos quejidos a la vera del camino. Pensó en seguir también él de largo como lo habían hecho los otros dos. Pero su buen corazón no se lo dejó.

Detuvo su burro, se bajó y descubrió que se trataba de un hombre herido y golpeado. Sin pensarlo dos veces sacó el último resto de vino para limpiar las heridas. Con el aceite que le quedaba untó las lastimaduras y las vendó con su propia ropa hecha jirones. Lo cargó en su animalito y, desviando su rumbo, lo llevó hasta una posada. Allí gastó la noche en cuidarlo. A la mañana, sacó las dos últimas monedas y se las dio al dueño del albergue diciéndole que pagara los gastos del hombre herido. Allí le dejaba también su burrito por lo que fuera necesario. Lo que se gastara de más, él lo pagaría al regresar.

Y siguió a pie, solo, viejo y cansado. Cuando llegó a Jerusalén ya casi no le quedaban más fuerzas. Era el mediodía de un viernes antes de la gran fiesta de Pascua. La gente estaba excitada. Todos hablaban de lo que acababa de suceder. Algunos regresaban del Gólgota y comentaban que allá estaba el Rey Mesías, agonizando, colgado de una cruz. Nuestro Rey Mago, gastando sus últimas fuerzas, se dirigió hacia allá casi arrastrándose, como si él también llevara sobre sus hombros una pesada cruz hecha de años de cansancio y de caminos.

Y llegó. Dirigió su mirada hacia el agonizante, y en tono de súplica le dijo:
- Perdóname. Llegué demasiado tarde.

Pero desde la cruz se escuchó una voz que le decía:
- Hoy estarás conmigo en el paraíso.





O QUARTO REI MAGO


Conta uma lenda russa que foram quatro os Reis Magos. Depois de terem visto a estrela no Oriente, partiram juntos, levando, cada um, os seus presentes de ouro, incenso e mirra. O quarto levava vinho e azeite, em grande quantidade, carregando tudo no lombo dos seus burritos.

Depois de vários dias de caminho entraram no deserto. Uma noite foram surpreendidos por uma tormenta. Todos desceram das suas cavalgaduras e, tapando-se com as suas mantas coloridas, trataram de suportar o temporal, refugiados atrás dos camelos ajoelhados na areia. O quarto Rei, que não tinha camelos, apenas burros, procurou protecção junto à choça de um pastor, metendo os seus animais num curral. Pela manhã o tempo clareou e todos se prepararam para retomar a marcha. Mas a tempestade tinha dispersado todas as ovelhitas do pobre pastor. Tratava-se de um pobre pastor que não tinha nem cavalo nem forças para reunir o rebanho disperso.

O nosso quarto Rei deparou-se com um dilema. Se ajudava o bom homem a recolher as suas ovelhas perder-se-ia da caravana e não poderia já seguir com os seus camaradas. Ele não conhecia o caminho e a estrela não tinha tempo a perder. Mas, por outro lado, o seu bom coração dizia-lhe que não podia deixar assim aquele ancião. Com que cara se apresentaria diante do Rei Messias se não ajudava a um dos seus irmãos?

Finalmente decidiu-se a ficar e gastou quase uma semana em voltar a reunir todo o rebanho disperso. Quando finalmente o conseguiu deu-se conta que os seus companheiros ya estavam longe e que, além disso, tinha consumido parte do seu azeite e do seu vinho partilhando-o com o idoso. Mas não ficou triste. Despediu-se e pondo-se novamente a camino acelerou o passo dos seus burritos para encurtar a distancia. Depois de muito vaguear, sem rumo, chegou finalmente a um lugar onde vivía uma mãe com muitos filhos pequenos e que tinha o seu marido muito doente. Era o tempo da colheita. Havia que colher a cevada o mais depressa possível porque, de contrário, os pássaros ou o vento acabariam por levar todos os grãos já bem maduros.

Mais uma vez encontrou-se frente a uma decisão. Se ficava a ajudar aqueles pobres camponeses seria tanto o tempo perdido que já tinha que habituar-se à ideia de não encontrar mais a sua caravana. Mas, tão-pouco podia deixar nessa situação aquela pobre mãe com tantos filhos que necessitava daquela colheita para ter pão o resto do ano. Não tinha coração para apresentar-se diante do Rei Messias se não fazia o possível para ajudar os seus irmãos. Desta forma perdeu várias semanas até que conseguiu por a salvo todo o grão. E, uma vez mais, teve que abrir os seus alforges para partilhar o seu vinho e o seu azeite.

Entretanto já tinha perdido a estrela. Restava-lhe, apenas, a lembrança da sua direcção e as marcas, meio apagadas, dos seus companheiros. Seguindo-as retomou a marcha e teve que deter-se muitas outras vezes para auxiliar a novos irmãos necessitados. Assim se passaram quase dois anos até que, finalmente, chegou a Belém. Mas a recepção que encontrou foi muito diferente da que esperava. Um enorme choro se elevava da povoação. As mães saíam à rua chorando com os seus filhos nos braços. Acabavam de ser assassinados por ordem de outro rei. O pobre homem não entendia nada. Quando perguntava pelo Rei Messias todos o olhavam com angústia e pediam-lhe que se calasse. Finalmente, alguém lhe disse que, naquela mesma noite, o tinham visto fugir para o Egipto.

Quis empreender imediatamente a sua rota, mas não pode. Aquele povo de Belém era uma desolação. Havia que consolar a todas aquelas mães. Havia que enterrar os seus filhos, curar as feridas, vestir os nus. E deteve-se ali por muito tempo gastando o seu azeite e o seu vinho. Até teve que oferecer algum dos seus burritos, porque a carga já era muito menor e porque aquela pobre gente precisava deles mais do que ele. Quando finalmente se pôs a caminho para o Egipto tinha passado muito tempo e tinha gasto muito do seu tesouro. Mas disse a si próprio que, seguramente, o Rei Messias seria compreensivo com ele, porque tinha-o feito pelos seus irmãos.

No caminho para o país das pirâmides teve que deter muitas outras vezes a sua marcha. Sempre encontrava alguém necessitado do seu tempo, do seu vinho ou do seu azeite. Havia que dar uma mão ou socorrer uma necessidade. Ainda que tivesse medo de chegar tarde, o seu bom coração vencia-o. Consolava-se a si mesmo dizendo que, de certeza, o Rei Messias seria compreensivo com ele já que, a sua demora, se devia ao auxílio que prestou aos seus irmãos.

Quando chegou ao Egipto, mais uma vez, Jesus já não estava ali. Tinha regressado a Nazaré, porque, em sonhos, José tinha recebido a notícia de que estava morto quem queria matar o Menino. Este novo desencontro causou muita tristeza ao nosso Rei Mago, mas não desanimou. Tinha-se posto a caminho para encontrar-se com o Messias e estava disposto a continuar a sua busca apesar dos seus fracassos. Já lhe restavam menos burros e menos tesouros. Estes foi-os gastando ao longo do caminho que teve que percorrer, porque, sempre, as necessidades dos outros retinham-no por longo tempo na sua marcha. Assim passaram outros trinta anos, seguindo sempre as marcas de quem nunca tinha visto, mas que lhe tinha feito gastar a sua vida procurando-o.

Finalmente descobriu que tinha subido a Jerusalém e que ali teria que morrer. Desta vez estava decidido a encontrá-lo fosse como fosse. Por isso albardou o último burro que lhe sobrava levando a última carga de vinho e azeite e duas moedas de prata que era tudo quanto tinha de todos os seus tesouros iniciais. Partiu de Jericó subindo até Jerusalém. Para estar certo do caminho perguntou a um sacerdote e a um levita que, mais rápidos que ele, se adiantaram no caminho. Fez-se noite. E, no meio da noite, sentiu uns gemidos à beira do caminho. Pensou em passar, também, de largo como tinham feito os outros dois. Mas o seu bom coração não lhe permitiu.

Deteve o seu burro, desceu e descobriu que se tratava de um homem ferido e golpeado. Sem pensar duas vezes sacou o último vinho para limpar as feridas. Com o azeite que lhe restava untou as feridas e vendou-as com a sua própria roupa feita farrapos. Carregou-o no seu burrito e, desviando o seu rumo, levou-o até uma pousada. Ali passou uma noite cuidando-o. Pela manhã pegou as duas últimas moedas e deu-as ao dono do albergue para pagar os gastos do homem ferido. Ali deixava também o seu burrito para o que fosse necessário. O que gastasse a mais, pagaria no regresso. 

E continuou viagem a pé, só, velho e cansado. Quando chegou a Jerusalém já quase não tinha forças. Era o meio-dia de uma sexta-feira antes da grande festa da Páscoa. As pessoas estavam agitadas. Todos falavam sobre o que acabava de suceder. Alguns regressavam de Golgotá e comentavam que lá estava o Rei Messias, agonizando, pregado numa cruz. O nosso Rei Mago, gastando as suas últimas forças, dirigiu-se até lá quase arrastando-se, como se ele também levasse sobre os seus ombros uma pesada cruz feita de anos de cansaço e de caminhos.


E chegou. Dirigiu o seu olhar ao agonizante e, em tom de súplica, disse-lhe:
- Perdoa-me. Cheguei demasiado tarde.


Mas, desde a cruz, escutou-se uma voz que dizia:
- Hoje estarás comigo no paraíso.




19 comentários:

  1. - Há alegorias que encerram uma profunda lição de vida, e essa é uma delas. Parabéns a você, Amélia que nos desvendou essa bela página de frei Mamerto Menapace. Abraços, e Feliz Natal!

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  2. Hola Alma,

    sí, vale la pena detenerse a leer este precioso texto.
    Son lecciones que deberíamos traer para nuestras vidas. Me encanta leer Mamerto Menapace. Lo hago muchas veces.
    Te felicito por la traducción.
    Sergio te regaló una preciosidad.

    Un beso.

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  3. Amélia, amada!
    Que lindo... e adorei pois vem agregar à Festa das Luzes... óleo, azeite, não importa! Importância, para mim, só mesmo esses milagres, bençãos que recebemos diariamente!
    Beijuuss iluminados n.c.

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  4. Qué precioso cuento y en verdad no conocía al cuarto rey mago. Y como siempre conmovedora la aseveración de Jesús en la cruz ¡Es tan bueno! Un gran abrazo

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  5. De emocionar essa passagem..
    belíssima!
    Grande beijo.

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  6. SIEMPRE ES UN PLACER VISITAR TU ESPACIO.
    UN ABRAZO

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  7. Muito bonito mesmo. Jesus é isso, amor ao próximo. Beijos e felicidade.

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  8. Buenaas noches:

    Gracias por compartir este bello y emotivo relato.

    Recibe un abrazo desde Valencia, Montserrat

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  9. Alma,

    Isto não é um conto ou uma lenda, é um autêntico hino á partilha, aos princípios régios da Palavra.

    Mentiria se não te dissesse que me emocionei, que quase chorei diante desta magnitude.

    O meu simples e profundo obrigada.

    bj

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  10. Alma, ainda acredito na bondade humana, mas quando desacreditarmos estaremos extintos. Grande abraço.

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  11. Não tenho cadernos.
    Tudo o que escrevo,
    escrevo nas paredes do meu quarto.
    Se é para estar presa,
    que seja entre quatro poemas...

    ¬ Rita Apoena ¬

    Bom dia.......Beijos de coração prá coração..........M@ria

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  12. muito bonito este texto..
    fortalece-nos..numa época em que muitos estão desesperançados..
    bjs.Sol

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  13. Linda história...
    Este, sem dúvida era o mais nobre dos reis magos, pois seu caminho até o Messias passava pela piedade, pela caridade e pelo amor ao próximo.
    Ele foi quem realmente chegou mais perto de Jesus e de sua filosofia de amor universal.

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  14. Hola

    Me llamo Felicia , soy administradora de un directorio y tengo que decir que me ha gustado tu página, me encanta el contenido que publicas, me encanta la historia del cuarto rey mago. Por ello, me encantaría contar con tu sitio en mi directorio, consiguiendo que mis visitantes entren también en su web.

    Si estás de acuerdo. Házmelo saber.

    Suerte con tu web!
    Felicia

    Mi correo es felicia.alvarado@hotmail.com

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  15. Querida amiga Amélia,

    Que lindo,muchas gracias por compartir

    Feliz Natal, Feliz, Navidad Joyeux Nöel!
    Beijos, Besos, Bisous.

    PD: TEN CUIDADO ESTE INVIERNO CON LA GRIPE POR AQUI EN FRANCIA YA LLEGA.

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  16. Lendas sempre são impressionantes

    Bjos n'alma!

    Álly

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  17. Qué relato tan aleccionador. Dejó su protagonismo frente al NIño Jesús por atender con amor al prójimo. Y llegó arrastrado, cansado después de haber inmolado su vida. Pero el Señor en la Cruz, conocía su corazón y sabía que con sus actos se había ganado un cielo.

    Un abrazo muy grande, ALMA. Y gracias por movernos el espíritu hacia el Bien

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  18. Não resiste de novo a reler este magnífico texto.

    Passa no meu blog. tens lá dois selos que te ofereço.

    bj

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  19. Me gusto mucho tu blog y esta linda reflexión.
    Saludos cordiales y hasta pronto!!
    Te seguiré para volver con calma a leer más.

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¡Deja hablar tu corazón...
tus palabras son carícias en mi alma!

ALMA


Deixa o coração falar...
as tuas palavras são caricias para a minha alma!

ALMA


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